Con la pandemia de covid todavía reciente, el mundial de fútbol adquiría un significado especial. Una prueba de fuego para mostrar al mundo que la ansiada vuelta a la normalidad era definitiva. Eso sí, la designación de Catar no estuvo, una vez más, exenta de una fuerte polémica. La muerte de más de 6.000 trabajadores inmigrantes durante las obras de los estadios (400 según las cifras del gobierno catarí), hizo que muchos países levantaran la voz en contra de la FIFA. Además, la ausencia de ciertos derechos fundamentales en el país árabe, especialmente los relacionados con las mujeres y los homosexuales, hicieron que el mundial se tambaleara. Y para colmo, las altas temperaturas del desierto impedían practicar el fútbol con normalidad. Finalmente, la FIFA no cedió a las presiones y el campeonato se disputó en Catar. Para mitigar el impacto del calor, la copa del mundo se celebró, por primera vez en la historia, en los meses de noviembre y diciembre.
El gobierno catarí no reparó en gastos. En el aspecto organizativo se vio un mundial diferente al resto, con los estadios conectados por metro y construidos en un radio de 35 kilómetros alrededor de Doha. Por primera vez un aficionado podía presenciar, en tres estadios diferentes, tres partidos en un mismo día. Lo cierto es que Catar se convirtió durante un mes en una especie de parque de atracciones futbolístico al que sin embargo, le faltó color en las gradas. Los desorbitados precios de los alojamientos y las entradas, hicieron que los aficionados no pudieran viajar al mundial, dejando estampas un tanto desoladoras en los estadios con muchos asientos vacíos.
Las fases clasificatorias dejaron el reguero habitual de potentes selecciones que no pudieron probar el dulce sabor del mundial. La hecatombe con mayúsculas tuvo nombre propio: Italia. Cuando empezaban a brotar los verdes laureles del fútbol transalpino, llegó la tragedia en forma de ausencia mundialista. La vigente campeona de Europa se pegó un batacazo histórico en la repesca, tras quedar segunda en su grupo superada por la siempre incómoda Suiza. El caprichoso azar deparó un posible cruce final entre Portugal e Italia por una plaza en Catar. Sin embargo, el cruce no llegó a producirse, pues Italia fue derrotada por Macedonia del Norte en Palermo con un dramático gol en el 93 de Trajkovski, que se convirtió de inmediato en héroe nacional macedonio. Ver para creer. Italia volvía a quedarse fuera de un mundial por segunda vez consecutiva. Portugal agradeció el regalo y venció a Macedonia del Norte sin grandes complicaciones para obtener el billete. En las otras repescas, Polonia superó a Suecia, y Gales venció a una Ucrania inmersa en la guerra contra Rusia, cuya selección fue descalificada precisamente por la invasión de su país vecino.
Con todo ello, las 32 selecciones participantes se presentaron en Catar a principios de noviembre con sus jugadores inmersos en plena competición local. Sin tiempo para las tradicionales concentraciones, el mundial echó a rodar con dos claras favoritas: Francia y Brasil. Los franceses defendían título con una selección muy poderosa y con el mejor jugador del momento en sus filas: Kylian Mbappé. Pese a ello, el conocido gusto de los galos por la autodestrucción pronto hizo acto de presencia. Benzemá regresaba a una convocatoria mundialista tras ser vetado durante años por aquel turbio suceso con Valbuena. Su retorno no fue visto con buenos ojos por la mayoría de los jugadores. Quizás por eso, una extraña lesión le dejó fuera del mundial antes del primer encuentro. Tras ello, Francia quedó inmersa en un ambiente de inquietud, aunque no tuvo problemas en superar la primera fase con un Mbappé estelar. Brasil, por su parte, metía miedo con un plantel compensado y un Neymar especialmente motivado. Con oficio y sin demasiado brillo, los cariocas solventaron la fase de grupos sin grandes complicaciones.
Messi apuraba sus últimas opciones de ganar un mundial. El técnico Scaloni había formado un gran grupo de futbolistas, quizás no demasiado técnicos, pero con un gran despliegue físico y las consignas muy claras. Diez gladiadores dispuestos a morir por su estrella, Lionel, que aún conservaba en su chistera algún truco de magia imposible. Un detalle importante podía cambiar el curso del destino: esta vez Argentina estaba unida para la causa. Y la mejor prueba de ello fue el terrorífico inicio de la albiceleste, cayendo de manera estrepitosa ante Arabia Saudí en una de las mayores sorpresas que se recuerdan. No hubo insultos, ni palos ni críticas a jugadores y técnicos. El país se conjuró para levantar la situación, mirándose en el espejo de España, cuya selección en 2010 fue campeona del mundo tras perder el primer partido. Cada encuentro de Argentina se convirtió en un verdadero drama. Pese a ello, pudieron vencer a México y a Polonia para colarse en los octavos de final.
El grupo E, con Alemania y España como favoritas, empezó con una goleada histórica de los hispanos a Costa Rica. La estrella del conjunto español estaba en el banquillo, Luis Enrique, que con su personalidad arrolladora, polarizó el país con fanáticos y detractores. Su última ocurrencia fue emitir un twitch diario en el que respondía en directo a las preguntas de los aficionados. Esto no gustó a la prensa española, con la que mantenía una tensa relación. Bastante peor le fueron las cosas a Alemania en su debut, sorprendida por Japón, con una remontada que puso el grupo patas arriba a las primeras de cambio. España y Alemania, en un gran partido, empataron a uno y dejaron los deberes para el último día. Una última jornada que deparó los momentos más delirantes de la fase de grupos. España, que ganaba 1-0, sufrió una nueva remontada por parte de Japón, con un polémico gol incluido en el que el balón pareció salir por la línea de fondo (foto). El VAR determinó que la pelota no había sobrepasado por completo la línea y dio el tanto por válido ante la sorpresa de todos. Al mismo tiempo, Costa Rica remontaba a Alemania y por unos instantes, nipones y ticos se clasificaban de manera inverosímil. Finalmente los germanos cumplieron las expectativas y ganaron 4-2 a Costa Rica. Un resultado que no les sirvió de nada, pues España no pudo con Japón y envió a los alemanes para casa. Alemania, sin rastro de lo que un día fue, seguía vagando por el desierto mundialista.
La generación de oro belga afrontaba su ocaso entre la frustración y la apatía. Con el ambiente enrarecido en el vestuario y un seleccionador cuestionado por primera vez, Bélgica mostró señales de agotamiento desde el inicio del mundial. Vencieron a Canadá por la mínima, pero una selección joven y atrevida como Marruecos les pasó por encima. En el último encuentro ante Croacia, no pasaron del empate con Lukaku perpetrando una de las actuaciones individuales más calamitosas que se recuerdan. El delantero belga erró hasta cuatro ocasiones clamorosas en el tramo final del encuentro. Un triste epitafio para una generación magnífica que dejó pasar su oportunidad en las semifinales de 2018. Sus vecinos holandeses, aprovecharon la candidez de sus rivales de grupo para clasificarse con holgura. Un grupo en el que Catar, dejó su sello para la historia como el peor equipo anfitrión, perdiendo todos sus encuentros y encajando seis goles por tan solo uno anotado. Y los ingleses, con una de las mejores selecciones de su historia, soñaban con romper la maldición mundialista. Por una vez, superaron la fase de grupos sin mayores sobresaltos, ejerciendo un gran fútbol y pidiendo paso entre las favoritas.
Por último, en el grupo H, Portugal mostró un gran juego con Cristiano Ronaldo partiendo desde el banquillo. El astro luso pareció tomarse con resignación su nuevo rol en el equipo. Jugadores como Joao Felix, Bruno Fernandes, Bernardo Silva o Rafael Leao, aprovecharon la ausencia de Cristiano para reivindicarse como futbolistas de muchos quilates, llamados a liderar la Portugal del presente y, sobre todo, del futuro. En el grupo coincidieron con su verdugo en 2018, Uruguay. Los lusos consumaron su venganza ganando con claridad a los charrúas y dejándoles a los pies de los caballos en la última jornada. Un gol de Corea del Sur en el descuento, precisamente ante una Portugal ya clasificada, apeó a los uruguayos a las primeras de cambio. Los suramericanos se quejaron amargamente del árbitro, que les birló un más que posible penalti sobre Cavani, lo que hubiese dado la clasificación a los charrúas por mejor diferencia de goles. El propio Cavani descargó su ira contra el monitor del VAR, golpeándolo con rabia cuando se retiraba al vestuario (foto).
En octavos de final, Francia, Brasil e Inglaterra solventaron sus encuentros con una superioridad manifiesta, reafirmando su condición de principales candidatas al título. Portugal se unió a este selecto grupo, aplastando a Suiza por un contundente 6-1. También Holanda, despachando sin problemas a Estados Unidos, y Argentina, dando buena cuenta de Australia, obtuvieron su pase a cuartos de final. Solo una de las aspirantes se quedó por el camino: España. El tiquitaca más infructuoso regresó en su máxima expresión. A los hispanos se les apareció el fantasma de Rusia y comenzaron a enlazar pases sin ningún tipo de profundidad, ante una aguerrida Marruecos que supo desconectar a la perfección los tímidos ataques españoles. El partido, prórroga incluida, terminó con empate a cero. España fue incapaz de anotar ni un solo penalti en la tanda y se despidió del mundial mucho antes de lo esperado.
Llegados a este punto la cosa se puso seria. El 9 de diciembre se disputaron dos magníficos encuentros que pasaron a la historia de los mundiales. En el primero de ellos, la todopoderosa Brasil sudaba tinta china para superar a la siempre competitiva Croacia. Neymar, con un gol estratosférico solo a la alcance de unos pocos privilegiados, adelantó a Brasil en la prórroga. Cuando todo parecía finiquitado, Croacia, que no había tirado a puerta en todo el encuentro, armó una contra (como lo oyen, una contra) para anotar el empate con un disparo de Petkovic que desvió Marquinhos. Increíble pero cierto. En la tanda de penaltis, Brasil acusó el mazazo psicológico. El portero croata Livakovic puso la guinda a una excepcional actuación atajando el disparo de Rodrygo. Luego Marquinhos envió su penalti al poste y Brasil, una vez más, se despedía del torneo antes de tiempo. No había consuelo para un Neymar desencajado, al que siempre se le atragantó la cita mundialista (foto).
El otro encuentro de aquel 9 de diciembre tuvo absolutamente de todo. Argentina y Holanda se vieron las caras en un partido a cara de perro que ya venía caliente por unas declaraciones previas del técnico holandés Van Gaal en las que menospreciaba a Di María. Messi aprovechó las bravuconadas de Van Gaal para salir extra-motivado al campo y contagiar al resto del plantel. El resultado fue una batalla campal con el peor mediador posible: el colegiado español Mateu Lahoz, famoso por su afición a erigirse en protagonista. Argentina se adelantó con un penalti anotado por Messi, que dejó para el recuerdo una icónica celebración llevándose las manos a las orejas como hacía Riquelme, futbolista defenestrado por Van Gaal en su etapa culé (foto). Con el segundo tanto de Nahuel Molina, tras una genial asistencia de Messi, todo parecía encarrilado para la albiceleste. Pero un cabezazo de Weghorst les metió el miedo en el cuerpo. Argentina comenzó a practicar el otro fútbol que tan bien se le ha dado siempre, con tangana incluida fruto de un pelotazo de Paredes al banquillo holandés. Sin embargo, esta vez la picaresca no dio resultado y Mateu Lahoz concedió 10 minutos de tiempo extra ante la indignación de los argentinos. En el 11 de añadido, una genialidad táctica de Van Gaal llevó el partido a la prórroga. En una falta al borde del área, Koopmeiners sorprendió a todos filtrando el balón raso al punto de penalti. Allí apareció de nuevo Weghorst, el héroe inesperado, para anotar el empate a dos. Incredulidad total entre los suramericanos, que en la prórroga, asediaron sin éxito la portería holandesa. En la tanda maldita, el protagonismo fue para el arquero argentino. El Dibu Martínez, con sus peculiares maneras de afrontar los penaltis, detuvo los dos primeros que resultaron definitivos. Argentina avanzaba a semifinales y el mundo empezaba a plantearse si este podía ser, finalmente, el mundial de Messi. ¿Por qué no?
Lo cierto es que todo el mundo detectó en Messi un importante cambio respecto a anteriores mundiales, especialmente en su renovada capacidad de liderazgo. El astro argentino pareció afrontar los partidos más calmado en lo emocional, pero sin rehuir ningún tipo de enfrentamiento o polémica. Tras el encuentro ante Holanda, Messi no dudó en atizar al colegiado y en plena entrevista post-partido, se encaró con un jugador holandés dejando una expresión para el recuerdo: "Andá pallá, bobo". Estas actitudes, poco frecuentes en La Pulga, contagiaron al equipo y a la afición que vieron en Messi al líder que siempre habían ansiado tener.
Francia e Inglaterra se retaron en el partido más atractivo de los cuartos de final. El encuentro cumplió lo que prometía, con alternativas para ambos equipos, llegando empatados al tramo final. Giroud, de cabeza, puso por delante a los franceses. Inglaterra tuvo la posibilidad de llevar el partido a la prórroga con un absurdo penalti de Theo Hernández sobre Mount señalado por el VAR. Pero Harry Kane, que se había convertido minutos antes en el máximo goleador histórico de los
three lions, envió el balón a las nubes (foto). Los británicos perdían una nueva oportunidad de repetir el solitario triunfo del 66.
Los inventores del fútbol tenían que seguir esperando.
La sensación del mundial, Marruecos, buscaba un hueco en la historia. El problema es que tenía enfrente a una de las selecciones que mejor fútbol había practicado hasta el momento: Portugal. Los lusos, sin embargo, no aprendieron nada de sus vecinos españoles. Chocaron una y otra vez contra el muro marroquí, encajando, para mayor desgracia, un gol de En-Nesyri tras una mala salida de Diogo Costa. Cristiano entró en la segunda parte, pero nada cambió. Marruecos ganó por la mínima y tuvo el honor de ser la primera selección africana en alcanzar una semifinal mundialista.
Las semifinales no depararon sorpresas. Francia no tuvo piedad de Marruecos que despertó de su bonito sueño. Argentina, por su parte, no dio opciones a Croacia. La
Scaloneta había llegado demasiado lejos como para fallar ahora. Messi anotó nuevamente de penalti, el cuarto en lo que iba de campeonato, alimentando las sospechas sobre un posible trato de favor de la FIFA hacia la albiceleste. El propio Messi se encargó de sellar el pase a la final, en una acción memorable, volviendo loco a un gran central como Gvardiol para regalar el gol a un agradecido Julián Álvarez (foto). El rosarino ya tenía su jugada icónica en un mundial. Todo estaba saliendo a pedir de boca.
Por primera vez la final del campeonato del mundo se celebraba en víspera de las fiestas navideñas. El 18 de diciembre, en el estadio Lusail de Doha, se iba a disputar uno de los partidos más recordados en la historia de los mundiales. Todos los focos señalaban a Messi. El pequeño futbolista argentino tenía ante sí una de sus últimas oportunidades para consagrarse como el mejor jugador de todos los tiempos. Poseía en su haber todos los títulos posibles menos uno: la Copa del Mundo. Al otro lado de la cancha, la poderosa Francia, vigente campeona, amenazaba con dejar a Messi sin corona. El príncipe heredero, Mbappé, había completado un gran torneo y quería poner la guinda al pastel. Un discutido penalti de Dembelé sobre Di María agrandó la sombra de la sospecha. Messi anotó la quinta pena máxima señalada en favor de Argentina, récord absoluto en los mundiales, y adelantaba a los suramericanos. Poco después, una espléndida combinación entre Messi, Julián Álvarez y Mac Allister, terminó en las botas de Di María que no perdonó el segundo. El Fideo, a sus 34 años, se reivindicó como un jugador formidable, quizás algo infravalorado por la crítica, pero siempre desequilibrante en los momentos más complicados.
Argentina parecía tener el partido encarrilado. A diez minutos del final, Messi acariciaba la copa con la punta de los dedos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, ocurrió lo impensable. Otro discutido penalti, esta vez a favor de Francia, le dio la oportunidad a Mbappé de recortar distancias. La estrella gala no perdonó. Sin tiempo para encajar el golpe, Argentina se vio sumida en el caos. De nuevo Mbappé, tras una pared con Marcus Thuram, fusiló al
Dibu con un remate cruzado merced a un escorzo soberbio (foto). Increíble pero cierto. En dos minutos Francia igualaba el choque. Emmanuel Macron, descamisado, sudaba en el palco como un jugador más.
La prórroga fue felizmente recibida por el aficionado neutral, deseoso de que el partido no acabara nunca. En el minuto 108, un disparo de Lautaro, fue rechazado por Hugo Lloris y Messi, quien si no, acertó a rematar a puerta. El balón pareció traspasar la línea de gol y los argentinos corrieron a celebrarlo. El VAR analizó la jugada y dio por válido el tanto. Doble celebración. Argentina se ponía por delante y ésta vez sí, parecía tener el mundial en el bolsillo.
Pero Mbappé no se daba por vencido. En el 116, un disparo de
la tortuga ninja fue interceptado dentro del área por el codo de Montiel. Penalti. Kylian no desaprovechó la opción de anotar un
hattrick en la final de un mundial y agrandar su incipiente leyenda. Empate a tres y el delirio en la grada francesa. Desolación absoluta entre los argentinos. Los últimos minutos fueron una maravillosa locura. Lautaro desaprovechó dos buenas ocasiones y dejó con vida a los galos que, en la última jugada del partido, helaron los corazones de todo Argentina. La suerte para ellos fue que la pelota le cayó a Kolo Muani en lugar de a Mbappé. El 12 de Francia quedó solo frente al
Dibu con el esférico en posición inmejorable para el remate. Era un gol cantado. Pero el arquero argentino se hizo enorme, gigante, para obrar el milagro y despejar el balón con el pie izquierdo.
El pie de Dios. Esto motivó a los suramericanos que llegaron a la tanda de penaltis con el ánimo renovado. Messi y Mbappé no fallaron sus lanzamientos. Un
Dibu en estado de gracia detuvo el disparo de Coman y desvió con la mirada el penalti de Tchouameni. Montiel se encargó de coser la tercera estrella en el escudo argentino. Maradona reía en el cielo y Messi lloraba sobre el campo. Lo había logrado. Levantando el trofeo que tanto había anhelado, vestido con una extraña túnica negra catarí, por fin se cerraba el debate: Messi era campeón del mundo y ahora sí, el mejor jugador de la historia.
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