España 82
España recibía el mundial en mitad de una ola de cambios. La dictadura franquista ya era historia y el 23-F quedó afortunadamente en un susto. En el poder, un destartalado gobierno de UCD hacía lo que buenamente podía tras la dimisión de Adolfo Suárez. Meses después del mundial, los socialistas arrasarían en las elecciones y Alfonso Guerra diría aquello de: "A este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió". Muchos cambios en lo social, pero ninguno en lo futbolístico. La selección española fracasó estrepitosamente en su mundial. Nada nuevo bajo el sol...
En el mundial del 82 la FIFA volvió a cambiar el formato del torneo. Por primera vez participaron veinticuatro países de los cuales doce se clasificaban para la segunda fase. Los cuatro mejores de esos doce, jugarían una semifinal para decidir los dos finalistas. Es decir, se mantenían las dos fases de grupos, pero se añadía una semifinal a partido único.
La gran ausente del mundial fue la eterna subcampeona: Holanda. La oranje sucumbió en su grupo de clasificación ante Bélgica y Francia. Los franceses fueron, junto a Brasil, el mejor equipo del torneo. Francia empezó a reclamar protagonismo en los mundiales gracias a una fantástica selección comandada por un genial Platini y dos secundarios de lujo como Tiganà y Giresse. A pesar de empezar perdiendo ante Inglaterra, los franceses empataron ante Checoslovaquia y endosaron un contundente 4-1 a la exótica selección de Kuwait. En este último encuentro, el emir kuwaití Fahind Al-Sabah, bajó al terreno de juego tras un gol de Francia y ordenó a sus jugadores que se fueran al vestuario (foto). Con un maletín en la mano y ante la sorpresa de los allí presentes, se puso a discutir airadamente con el árbitro. Alegó que antes del gol se había escuchado un silbato proveniente de la grada y sus jugadores se habían quedado parados. Finalmente, el colegiado anuló el tanto y los futbolistas de Kuwait prosiguieron el partido. El emir fue multado por la FIFA y el árbitro, Miroslav Stupar, sancionado de por vida.
Brasil fue una de las grandes protagonistas del mundial. Tras el título de México en el 70, los brasileños por fin tenían una generación que hiciera sombra a aquella de Pelé, Tostao, Carlos Alberto y compañía. La canarinha había maravillado en la clasificación con un juego alegre y vertical. Zico, el apodado Pelé blanco, era la gran estrella del conjunto carioca (foto). A su lado, jugadores de un nivel extraordinario como Júnior, Sócrates, Éder o Falcao convirtieron a Brasil en el gran rival a batir. En la primera fase no tuvieron inconveniente en aplastar a todos sus rivales practicando un fútbol excepcional.
Mientras tanto, España iniciaba su via crucis. En Valencia, en un Luis Casanova abarrotado, la selección no pasó del empate ante la débil Honduras. Zelaya marcó para los centroamericanos y López Ufarte empató de penalti. En el segundo encuentro tocaba jugársela ante una vieja conocida: Yugoslavia. Al poco de empezar, los balcánicos se adelantaron en el marcador con un gol de Gudelj. Poco después, el colegiado danés Lund Sorensen señaló un más que dudoso penalti a favor de España. López Ufarte lo falló, pero la FIFA no podía permitir que la anfitriona quedara eliminada a las primeras de cambio por lo que el árbitro mandó repetir el lanzamiento. Juanito cogió el balón y ejecutó la pena máxima. En la segunda mitad, un gol del valencianista Saura le dio el primer y único triunfo a España en su mundial. En el tercer y último partido del grupo, Irlanda del Norte esperaba a los españoles con la total seguridad de que serían eliminados. Con estas perspectivas, los irlandeses se pasaron los días antes del encuentro tirados en la piscina del hotel, tomando el sol y bebiendo cerveza. Incomprensiblemente, Irlanda del Norte ganó por un gol a cero y condenó a España a jugarse el pase a semifinales ante alemanes e ingleses.
De las primeras semanas del mundial también podemos destacar la mediocre clasificación de Italia merced a tres pobres empates y los últimos coletazos de la genial generación polaca con Lato a la cabeza. Además, Alemania se clasificaba para la siguiente ronda al amañar claramente un partido ante Austria. Si los alemanes vencían por 1-0, tanto germanos como austriacos pasarían a la segunda fase. Alemania marcó en el minuto diez y ya no se volvería a pisar un área en todo el partido. En el Molinón, la grada cantaba aquello de "qué se besen, qué se besen" en uno de los partidos más vergonzosos de la historia de los mundiales. La víctima del amaño fue una estupenda selección de Argelia que quedó eliminada a pesar de practicar un juego excelente.
En la segunda fase de grupos, España cayó ante Alemania y empató a cero con Inglaterra consumando así el fracaso. La selección se iba del torneo por la puerta de atrás. Años después, los jugadores españoles alegaron un cansancio inusitado durante la disputa del mundial. La presión, un entorno social enrarecido y la decisión de concentrar a los futbolistas en Los Pirineos durante un excesivo período de tiempo, terminaron por diluir las esperanzas de la afición.
El destino quiso que tres de las grandes favoritas al título quedaran encuadradas en un mismo grupo. Brasil, Italia y Argentina pugnarían por un puesto en la semifinal. Italia venció a los argentinos por 2-1 con goles de Tardelli y Cabrini. Maradona, que disputaba su primer mundial, sufrió un durísimo marcaje por parte del defensa italiano Gentile (foto). En el siguiente encuentro, Brasil también se deshizo sin problemas de Argentina por 3-1 practicando un gran fútbol y con la sensación de que aquel plantel podía hacer historia. En este partido Maradona, desquiciado por las continuas patadas rivales, fue expulsado por una dura entrada a Batista y cerró así su triste aportación en el mundial de Naranjito.
Polonia (con un genial Boniek) y la Francia de Platini ya se habían colado en semifinales junto a la de siempre: Alemania. Faltaba un último semifinalista que saldría de un extraordinario encuentro. Brasil e Italia rememoraban la final del 70 con los cariocas como indiscutibles favoritos. Italia había llegado hasta allí con más pena que gloria. De hecho, el técnico italiano Bearzot estaba siendo duramente criticado en su país. Pero todo cambió gracias a un chico que jugaba con el veinte a la espalda: Paolo Rossi. Suyos fueron los tres tantos que harían enloquecer a Italia entera y suya la culpa de que Brasil siguiera añorando a Pelé. El delantero de la Juventus hizo el partido soñado. Hat-trick para tumbar al favorito (3-2) y obtener el codiciado billete a semifinales. De nada sirvieron los goles de Sócrates y Falcao. En el mítico estadio de Sarriá, Rossi se acababa de convertir en leyenda.
Quizás no era el más técnico, ni el más alto, ni el más esbelto. Pero Paolo Rossi tenía eso que en el fútbol tapa cualquier carencia: instinto goleador. Un depredador del área, un carroñero, un alumno que no estudia pero aprueba. Rossi era un Müller de la época. Y además, tenía la codiciada virtud de aparecer en los momentos más importantes. En la semifinal ante Polonia marcó los dos goles de su equipo para que Italia regresara a una final mundialista doce años después. Para los italianos ya era un héroe nacional.
La otra semifinal fue legendaria. Francia había enamorado a España entera con su juego de alta escuela. Pero Alemania se encargaría de demostrar que en el fútbol no sólo hay que hacerlo bonito. El encuentro tuvo ciertas semejanzas con el mítico partido del siglo de México 70. Al empate a uno en los noventa minutos reglamentarios le siguió una prórroga memorable. Francia se puso 3-1 arriba con goles de Tresor y Giresse. Pero Alemania, para variar, tiraría de orgullo y empataría a tres con el lesionado Rummenigge haciendo de Beckenbauer. La primera tanda de penaltis en la historia de los mundiales dejó a Alemania como finalista y castigó a una excelente selección francesa que mereció mejor suerte. Una de las imágenes de aquella semifinal, es la brutal entrada que sufrió el francés Battiston por parte del portero alemán Schumacher (foto). Battiston quedó inconsciente en el suelo, pero el colegiado ni siquiera señaló falta. El portero germano, que en la posterior tanda de penaltis fue decisivo, debió ser expulsado.
El Bernabéu coronaría al campeón mundial del 82. Alemania e Italia, dos competidores natos, se veían las caras en un coliseo merengue repleto de banderas italianas. Al descanso se llegó con empate a cero. Italia dominaba los tiempos e incluso se permitió el lujo de fallar un penalti que Cabrini lanzó fuera. Alemania, tocada físicamente, no lograba conectar con sus estrellas. Littbarski y Stielike no aparecían y la voluntad de Rummenigge jugando lesionado, no era suficiente. Así transcurrió el partido hasta que en el minuto 57 apareció el de siempre. Rossi había llegado demasiado lejos como para fallar en la final. Gentile envió un centro al área y Rossi tocó el balón con la cabeza para poner por delante a Italia (foto). Con su sexto gol en el campeonato, además, le ganaba la partida a Rummenigge en su lucha por el trofeo al máximo goleador.
Italia dominaba el partido sin discusión. En los minutos finales llegaron los tantos de Tardelli y el suplente Altobelli. El primero será recordado eternamente por la mítica imagen del jugador italiano gritando con la mirada perdida en el horizonte mientras corre sin rumbo fijo. Quizás, una de las celebraciones más recordadas de la historia (foto).
De nada sirvió el tanto de Breitner. Italia se alzaba con el título mundial (3-1) y el anciano Sandro Pertini, presidente de la República italiana, celebraba la victoria junto al Rey de España como si de un hincha más se tratara. En su regreso a su país, a Rossi poco le faltó para que lo nombraran cardenal. No era para menos... Cuarenta y cuatro años después, Italia volvía a ser la mejor del mundo. Tanti auguri, azzurri.
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